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10 de abril de 2016


Lecturas y Evangelio del Día

DOMINGO DE LA SEMANA III DE PASCUA



ANTÍFONA DE ENTRADA     Sal 65, 1-2
Aclama a Dios, tierra entera. Canten todos un himno a su nombre, denle gracias y alábenlo. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que tu pueblo se regocije siempre al verse renovado y rejuvenecido, para que, al alegrarse hoy por haber recobrado la dignidad de su adopción filial, aguarde seguro su gozosa esperanza el día de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo...

PRIMERA LECTURA
Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 5, 27-32. 40-41
En aquellos días, el sumo sacerdote reprendió a los apóstoles y les dijo: "Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre".

Pedro y los otros apóstoles replicaron: "Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho Jefe y Salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen".

Los miembros del sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 29, 2.4. 5-6. 11-12a. 13b
R/. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.

Te alabaré, Señor, pues no dejaste
que se rieran de mí mis enemigos.
Tú, Señor, me salvaste de la muerte
y a punto de morir, me reviviste. R/.

Alaben al Señor quienes lo aman,
den gracias a su nombre,
porque su ira dura un solo instante
y su bondad, toda la vida.
El llanto nos visita por la tarde;
por la mañana, el júbilo. R/.

Escúchame, Señor, y compadécete;
Señor, ven en mi ayuda.
Convertiste mi duelo en alegría,
te alabaré por eso eternamente. R/.

SEGUNDA LECTURA
Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza.
Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 5, 11-14

Yo, Juan, tuve una visión, en la cual oí alrededor del trono de los vivientes y los ancianos, la voz de millones y millones de ángeles, que cantaban con voz potente:

Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.

Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar —todo cuanto existe—, que decían:

Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.

Y los cuatro vivientes respondían: "Amén". Los veinticuatro ancianos se postraron en tierra y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.

Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO    
R. Aleluya, aleluya.
Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y se compadeció de todos los hombres. R/.

EVANGELIO
Jesús tomó el pan y el pescado y se los dio a los discípulos.
Del santo Evangelio según san Juan: 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos contigo". Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?" Ellos contestaron: "No". Entonces él les dijo: "Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor". Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar". Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: "Vengan a almorzar". Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".

Por segunda vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Pastorea mis ovejas".

Por tercera vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.

Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras". Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: "Sígueme".
Palabra del Señor.

ORACIÓN UNIVERSAL
Invoquemos, amados hermanos, a Cristo, triunfador del pecado y de la muerte, que siempre intercede por nosotros diciendo: Te rogamos, Señor.

R/. Te rogamos, Señor.

— Para que Cristo, el Señor, atraiga hacia sí el corazón de los fieles y fortalezca sus voluntades, de manera que busquen los bienes de allá arriba, donde él está sentado a la derecha de Dios, roguemos al Señor.

— Para que Cristo, amo supremo de la creación, haga que todos los pueblos gocen abundantemente de la paz que en sus apariciones otorgó a los discípulos, roguemos al Señor.

— Para que Cristo, el destructor de la muerte y el médico de toda enfermedad, se compadezca de los débiles y desdichados y aleje del mundo el hambre, las guerras y todos los males, roguemos al Señor.

— Para que Cristo, el Señor, salve y bendiga nuestra parroquia (comunidad), y conceda la paz, la alegría y el descanso den las fatigas a los que hoy nos hemos reunido aquí para celebrar su triunfo, roguemos al Señor.

Acrecienta, en nosotros, Padre misericordioso, la luz de la fe, para que en los signos sacramentales, sepamos reconocer siempre a tu Hijo, que se manifiesta constantemente a nosotros, sus discípulos, y haz que, llenos del Espíritu Santo, proclamemos con valentía ante los hombres que Cristo es el Señor. Él, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.


ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe, Señor, los dones que, jubilosa, tu Iglesia te presenta, y puesto que es a ti a quien debe su alegría, concédele también disfrutar de la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN     Cfr. Jn 21, 12-13
Dijo Jesús a sus discípulos: Vengan a comer. Y tomó un pan y lo repartió entre ellos. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dirige, Señor, tu mirada compasiva sobre tu pueblo, al que te has dignado renovar con estos misterios de vida eterna, y concédele llegar un día a la gloria incorruptible de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.



COMENTARIO

SAN JUAN PABLO II (1920-2005), PAPA. HOMILÍA EN PARÍS EL 30/05/80

« ¿ME AMAS? »

«¿Amas?... ¿Me amas?». Para siempre, hasta el final de su vida, Pedro tenía que seguir su camino acompañado de esta triple pregunta: «¿Me amas?» Y medir todas sus actividades según la respuesta que entonces había dado: cuando fue convocado ante el Sanedrín; cuando lo encarcelaron en Jerusalén, de cuya prisión no podía salir, y sin embargo, salió. Y... en Antioquia, y después más lejos todavía, de Antioquia a Roma. Y ya en Roma, cuando habiendo perseverado hasta el final de sus días, conoció la fuerza de las palabras según las cuales Otro le conduciría donde él no quería. Y sabía también que, gracias a la fuerza de esas palabras, en la Iglesia «los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones» y que «el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar» (Hch 2,42.48)...

Pedro ya no pudo jamás desprenderse de esta pregunta: «¿Me amas?» La lleva consigo donde quiera que vaya. La lleva a través de los siglos, a través de las generaciones. En medio de los nuevos pueblos y de la nuevas naciones. En medio de la lenguas y de las razas siempre nuevas. La lleva él solo, y sin embargo, nunca está solo. Otros la llevan con él... Ha habido y hay muchos hombres y mujeres que han sabido y saben todavía hoy que toda su vida tiene valor y sentido sólo y exclusivamente en la medida en que es una respuesta a esta misma pregunta: «¿Amas?... ¿Me amas?». Han dado y dan su respuesta de manera total y perfecta – una respuesta heroica- o bien de manera común, ordinaria. Pero en todo caso saben que su vida, que la vida humana en general, tiene valor y sentido en la medida que es la respuesta a esta pregunta: «¿Amas?». Es tan sólo gracias a esta pregunta que la vida vale la pena ser vivida.






COMENTARIO

SAN GREGORIO MAGNO (C. 540-604), PAPA Y DOCTOR DE LA IGLESIA. HOMILÍAS SOBRE EL EVANGELIO, Nº 24.

“AL CLAREAR EL DÍA, SE PRESENTÓ JESÚS EN LA ORILLA DEL LAGO"

El mar es el símbolo del mundo actual, agitado por la tempestad de los asuntos y la marejada de la vida caduca. La orilla firme es la figura del reposo eterno. Los discípulos trabajan en el mar ya que todavía siguen en la lucha contra las olas de la vida mortal. Pero nuestro Redentor, está en la orilla pues ya ha superado la condición de una carne frágil. Por medio de estas realidades naturales, Cristo nos quiere decir, a propósito del misterio de su resurrección: “No me aparezco ahora en medio del mar porque ya no estoy con vosotros en el bullicio de las olas”. (Mt 14,25)

Por esto dice a los discípulos: “Cuando aún estaba entre vosotros ya os dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí...” (cf Lc 24,44) De aquí en adelante, ya no estaba con ellos de la misma manera. Estaba allí, apareciendo corporalmente a sus ojos, pero...su carne inmortal distaba mucho de sus cuerpos mortales. Su cuerpo en la orilla, cuando ellos todavía navegaban por el mar, indica bien a las claras que él había superado aquel modo de existencia, pero que no obstante estaba con ellos.