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9 de noviembre de 2017


Lecturas de la Santa Misa

Fiesta de La Dedicación de La Basílica de Letrán



PRIMERA LECTURA
Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y fertilidad.
Del libro del profeta Ezequiel: 47, 1-2. 8-9. 12
En aquellos tiempos, un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, pues el templo miraba hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Luego me hizo salir por el pórtico del norte y dar la vuelta hasta el pórtico que mira hacia el oriente, y el agua corría por el lado derecho.
Aquel hombre me dijo: "Estas aguas van hacia la región oriental; bajarán hasta el Arabá, entrarán en el mar de aguas saladas y lo sanearán. Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá; habrá peces en abundancia, porque los lugares a donde lleguen estas aguas quedarán saneados y por dondequiera que el torrente pase, prosperará la vida. En ambas márgenes del torrente crecerán árboles frutales de toda especie, de follaje perenne e inagotables frutos. Darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina".
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 45, 2-3. 5-6. 8-9.
R/. Un río alegra a la ciudad de Dios.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
quien en todo peligro nos socorre.
Por eso no tememos, aunque tiemble,
y aunque al fondo del mar caigan los montes. R/.

Un río alegra a la ciudad de Dios,
su morada el Altísimo hace santa.
Teniendo a Dios, Jerusalén no teme,
porque Dios la protege desde el alba. R/.

Con nosotros está Dios, el Señor;
es el Dios de Israel nuestra defensa.
Vengan a ver las cosas sorprendentes
que ha hecho el Señor sobre la tierra. R/.


ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO     2 Cro 7, 16
R. Aleluya, aleluya.
He elegido y santificado este lugar, dice el Señor, para que siempre habite ahí mi nombre. R/.

EVANGELIO
Jesús hablaba del templo de su cuerpo.
Del santo Evangelio según san Juan: 2, 13-22

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: "Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre".
En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.
Después intervinieron los judíos para preguntarle: "¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré". Replicaron los judíos: "Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?".
Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
Palabra del Señor.



COMENTARIO

SAN AGUSTÍN (354-430), OBISPO DE HIPONA (ÁFRICA DEL NORTE) Y DOCTOR DE LA IGLESIA. SERMÓN SOBRE EL SALMO 130, § 1-2

EL TEMPLO SANTO: EL CUERPO DE CRISTO

«El Señor los echó a todos del Templo.» El apóstol Pablo dice: «El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros» (1Co 3,17), es decir, todos los que creéis enCristo y o creéis hasta elpunto de amarle... Todos los que lo creen son piedras vivas sobre las que se edifica el templo de Dios (1P 2,5); son como esta madera que no se corrompe con la que ha sido construida el arca que ni el diluvio pudo sumergir (Gn 6,14). Ese templo, el pueblo de Dios, los mismos hombres, son el lugar donde Dios escucha al que le ora. Los que oran a Dios fuera de ese templo no serán escuchados para llegar a la paz de la Jerusalén de arriba, aunque si pueden serlo para ciertos bienes materiales que Dios concede también a los paganos... Pero es cosa muy distinta ser escuchado en lo que concierne a la vida eterna, esto no se concede más que a los que oran en el templo de Dios.

Porque el que ora en el templo de Dios ora dentro la paz de la Iglesia, en la unidad del Cuerpo de Cristo, porque el Cuerpo de Cristo está constituido por la multitud de creyentes repartidos sobre toda la tierra... Y el que ora dentro la paz de la Iglesia ora «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23); el Templo antiguo no era más que un símbolo. En efecto, era para instruirnos que el Señor echó del Templo a esos hombres que no buscaban más que su propio interés, que no iban a él más que para comprar y vender. Si este Templo tuvo que soportar esta purificación, es evidente que también el Cuerpo de Cristo, el templo verdadero, entre los que oran se mezclan compradores y vendedores, es decir, unos hombres que no buscan más que «sus propios intereses y no los de Cristo Jesús» (Flp 2,21)... Teimpo vendrá en que el Señor sacará fuera todos estos pecados.





COMENTARIO

SAN CESAREO DE ARLÉS (470-543), MONJE, OBISPO. SERMÓN 229,1-3: CCL 104, 905-908 (LITURGIA DE LAS HORAS).

«TODOS, POR EL BAUTISMO, HEMOS SIDO HECHOS TEMPLOS DE DIOS» (CF. JN 2,16).

Hoy, hermanos muy amados, celebramos con gozo y alegría, por la benignidad de Cristo, la dedicación de este templo; pero nosotros debemos ser el templo vivo y verdadero de Dios. Con razón, sin embargo, celebran los pueblos cristianos la solemnidad de la Iglesia madre, ya que son conscientes de que por ella han renacido espiritualmente. En efecto, nosotros, que por nuestro primer nacimiento fuimos objeto de la ira de Dios, por el segundo hemos llegado a ser objeto de su misericordia. El primer nacimiento fue para muerte; el segundo nos restituyó a la vida.

Todos nosotros, amadísimos, antes del bautismo, fuimos lugar en donde habitaba el demonio; después del bautismo, nos convertimos en templos de Cristo. Y, si pensamos con atención en lo que atañe a la salvación de nuestras almas, tomamos conciencia de nuestra condición de templos verdaderos y vivos de Dios. Dios habita no sólo en templos construidos por hombres ni en casas hechas de piedra y de madera, sino principalmente en el alma hecha a imagen de Dios y construida por él mismo, que es su arquitecto. Por esto, dice el apóstol Pablo: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

Y, ya que Cristo, con su venida, arrojó de nuestros corazones al demonio para prepararse un templo en nosotros, esforcémonos al máximo, con su ayuda, para que Cristo no sea deshonrado en nosotros por nuestras malas obras. Porque todo el que obra mal deshonra a Cristo. Como antes he dicho, antes de que Cristo nos redimiera éramos casa del demonio; después hemos llegado a ser casa de Dios, ya que Dios se ha dignado hacer de nosotros una casa para sí.

Por esto, nosotros, carísimos, si queremos celebrar con alegría la dedicación del templo, no debemos destruir en nosotros, con nuestras malas obras, el templo vivo de Dios. Lo diré de una manera inteligible para todos: debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos a ella.

¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma como tiene prometido: Habitaré y caminaré con ellos.






COMENTARIO

ORÍGENES (HACIA 185-253), PRESBÍTERO Y TEÓLOGO. COMENTARIO SOBRE EL EVANGELIO DE JUAN, 10

«AL TERCER DÍA RESUCITARÉ» (CF. JN 2,19).

Es grande, el misterio de nuestra resurrección, y extremadamente difícil de sondear. Es anunciado en muchos textos de la Escritura, pero sobre todo en Ezequiel: “El Espíritu del Señor me depositó en un valle lleno de huesos humanos…; estaban completamente secos. El Señor me dijo: Hijo de hombre, ¿estos huesos vivirán? Respondí: Señor, tú lo sabes. Me dijo: profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra del Señor” (Ez 37,1-4)…

Entonces, cuáles son estos huesos a los que les dice: “Escuchad la palabra del Señor” si no el Cuerpo de Cristo, sobre el que el Señor decía: “Todos mis huesos están dislocados” (Sal. 21,15)… Y así como se efectuó la resurrección del cuerpo verdadero y perfecto de Cristo, un día los miembros de Cristo… serán reunidos, hueso con hueso, juntura con juntura. Nadie privado de esta juntura, alcanzará “el hombre perfecto, a la medida del cuerpo de Cristo en su plenitud” (Ef 4,13).

Entonces “todos los miembros del cuerpo, aunque muchos, formarán un solo cuerpo” (1Co 12,12)… Digo esto a propósito del Templo sobre el que el Señor dijo: “El celo por tu casa me devora” (Sal 68,10), y a propósito de los judíos que le pedían les mostrase un signo, y en fin a propósito de su respuesta:… “Destruid este Templo, y en tres días lo levantaré”. Porque hace falta que sea expulsado de este templo, que es el Cuerpo de Cristo, todo lo que niega la razón y lo que depende del comercio, para que de ahora en adelante este templo no sea más una casa de vendedores.

Hace falta además… que después de su destrucción, por los que niegan la palabra de Dios, sea levantado al tercer día… Gracias a la purificación de Jesús, sus discípulos, habiendo abandonado todo lo que no es razonable y toda forma de comercio y a causa del celo del Verbo, la Palabra de Dios, que está presente en ellos, sus discípulos “serán destruidos” para “ser levantados” por Jesús en tres días… Porque hacen falta tres días enteros para que esta reconstrucción se termine. Por eso, podemos decir de una parte, que la resurrección se efectuó y por otra parte, que tiene que venir: verdaderamente “hemos sido sepultados con Cristo ” y ” con Él nos levantaremos ” (cf Rm 6,4)… «Todos serán vivificados en Cristo, pero cada uno en su puesto: primero, Cristo, como primicia, después, todos los que son de Cristo en su venida” (1Co 15,22s).