15 de noviembre de 2007
Lecturas de la Santa Misa
Memoria de San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia
PRIMERA LECTURA
Escuchen, reyes, para que obtengan la sabiduría.
Del libro de la Sabiduría: 6, 1-11
Escuchen, reyes, y entiendan; aprendan, soberanos de todas las naciones de la tierra; estén atentos, los que gobiernan a los pueblos y están orgullosos del gran número de sus súbditos: El Señor les ha dado a ustedes el poder; el Altísimo, la soberanía; Él va a examinar las obras de ustedes y a escudriñar sus intenciones.
Ustedes son ministros de su reino y no han gobernado rectamente, ni han cumplido la ley, ni han vivido de acuerdo con la voluntad de Dios. Él caerá sobre ustedes en forma terrible y repentina, porque un juicio implacable espera a los que mandan. Al pequeño, por compasión se le perdona, pero a los poderosos se les castigará severamente. El Señor de todos ante nadie retrocede y no hay grandeza que lo asuste; Él hizo al grande y al pequeño y cuida de todos con igual solicitud; pero un examen muy severo les espera a los poderosos.
A ustedes, pues, soberanos, se dirigen mis palabras, para que aprendan a ser sabios y no pequen; porque los que cumplen fielmente la voluntad del Señor serán reconocidos como justos, y los que aprenden a cumplir su voluntad encontrarán defensa. Pongan, pues, atención a mis palabras, búsquenlas con interés y ellas los instruirán.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 81, 3-4.6-7.
R/. Ven, Señor, y haz justicia.
Protejan al pobre y al huérfano,
hagan justicia al humilde y al necesitado,
defiendan al desvalido y al pobre
y líbrenlos de las manos del malvado. R/.
Yo declaro: "Aunque todos ustedes
sean dioses e hijos del Altísimo,
morirán como cualquier hombre,
caerán como cualquier príncipe". R/.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO 1 Ts 5, 18
R. Aleluya, aleluya.
Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan. R/.
EVANGELIO
¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?
Del santo Evangelio según san Lucas: 17, 11-19
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: "¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un samaritano. Entonces dijo Jesús: "¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?". Después le dijo al samaritano: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado".
Palabra del Señor.
COMENTARIO
SAN BERNARDO, ABAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA, (1090-1153). SERMONES DIVERSOS, Nº 27.
«¡NO HA VUELTO MÁS QUE ESTE EXTRANJERO!» (LC 17,18).
En nuestros días se ve a mucha gente que ora, pero, desgraciadamente, no hay muchos que se den cuenta de lo que deben a Dios y le den gracias… «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve ¿dónde están?» Creo que os acordáis que es con estas palabras que el Señor se lamentaba de la ingratitud de los otros nueve leprosos. Leemos que bien sabían «orar, suplicar, pedir» porque levantaron la voz para exclamar: «Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros». Pero les faltó una cuarta cosa que es la que reclama san Pablo: «la acción de gracias» (1Tm 2, 1), porque no regresaron y no dieron gracias a Dios.
También vemos en nuestros días que hay un cierto número de personas que piden a Dios con insistencia lo que les hace falta, pero tan sólo un número reducido de entre ellos parece reconocer los beneficios recibidos. No hay nada malo en pedir con insistencia, pero lo que hace que Dios no nos escuche es porque se da cuenta que nos falta agradecimiento. Al fin y al cabo es quizás un acto de su clemencia el no dar a los ingratos lo que piden, para que no sean juzgados con más rigor a causa de su ingratitud… Es pues a causa de su misericordia que Dios, a veces, retiene su misericordia…
Podéis bien ver cómo todos los que son curados de la lepra del mundo, quiero decir de desórdenes evidentes, no se aprovechan de su curación. En efecto, muchos están secretamente afectados de una úlcera peor que la lepra, tanto más peligrosa porque es más interior. Es por esta razón que el Salvador del mundo pregunta donde están los otros nueve leprosos, porque los pecadores se alejan de la salvación. Por eso Dios preguntó al primer hombre después de su pecado: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9).
Dichoso este leproso samaritano que reconoció que «no tenía nada que no lo hubiera recibido» (1Co 4,7). Él «guardó hasta el último día el encargo que se le había confiado» (2Tm 1,12) y regresó donde estaba el Señor para darle gracias. Dichoso aquel que, a cada don de la gracia, vuelve hacia aquél en quien se encuentra la plenitud de toda gracia, porque si somos agradecidos con él por todo lo que hemos recibido, preparamos en nosotros mismos un lugar para la gracia… más abundantemente. En efecto, sólo nuestro desagradecimiento puede parar nuestro progreso en el camino de nuestra conversión…
Dichoso, pues, el que se mira como un extranjero, y sabe dar abundantemente las gracias incluso por los más pequeños beneficios recibidos, teniendo en cuenta que todo lo que se da a un extranjero y a un desconocido es un don puramente gratuito. Por el contrario, que desdichados y miserables somos cuando, después de habernos mostrado timoratos, humildes y devotos olvidamos seguidamente cuán gratuito es lo que hemos recibido…
Os ruego, pues, hermanos, mantengámonos cada vez más humildes bajo la poderosa mano de Dios (1P 5,6)… Mantengámonos con gran devoción en la acción de gracias y nos concederá la única gracia que puede salvar nuestras almas. Seamos agradecidos, no sólo de palabra o con la punta de los labios, sino por las obras y en verdad.
SAN BERNARDO, ABAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA, (1090-1153). SERMONES DIVERSOS, Nº 27.
«¡NO HA VUELTO MÁS QUE ESTE EXTRANJERO!» (LC 17,18).
En nuestros días se ve a mucha gente que ora, pero, desgraciadamente, no hay muchos que se den cuenta de lo que deben a Dios y le den gracias… «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve ¿dónde están?» Creo que os acordáis que es con estas palabras que el Señor se lamentaba de la ingratitud de los otros nueve leprosos. Leemos que bien sabían «orar, suplicar, pedir» porque levantaron la voz para exclamar: «Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros». Pero les faltó una cuarta cosa que es la que reclama san Pablo: «la acción de gracias» (1Tm 2, 1), porque no regresaron y no dieron gracias a Dios.
También vemos en nuestros días que hay un cierto número de personas que piden a Dios con insistencia lo que les hace falta, pero tan sólo un número reducido de entre ellos parece reconocer los beneficios recibidos. No hay nada malo en pedir con insistencia, pero lo que hace que Dios no nos escuche es porque se da cuenta que nos falta agradecimiento. Al fin y al cabo es quizás un acto de su clemencia el no dar a los ingratos lo que piden, para que no sean juzgados con más rigor a causa de su ingratitud… Es pues a causa de su misericordia que Dios, a veces, retiene su misericordia…
Podéis bien ver cómo todos los que son curados de la lepra del mundo, quiero decir de desórdenes evidentes, no se aprovechan de su curación. En efecto, muchos están secretamente afectados de una úlcera peor que la lepra, tanto más peligrosa porque es más interior. Es por esta razón que el Salvador del mundo pregunta donde están los otros nueve leprosos, porque los pecadores se alejan de la salvación. Por eso Dios preguntó al primer hombre después de su pecado: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9).
Dichoso este leproso samaritano que reconoció que «no tenía nada que no lo hubiera recibido» (1Co 4,7). Él «guardó hasta el último día el encargo que se le había confiado» (2Tm 1,12) y regresó donde estaba el Señor para darle gracias. Dichoso aquel que, a cada don de la gracia, vuelve hacia aquél en quien se encuentra la plenitud de toda gracia, porque si somos agradecidos con él por todo lo que hemos recibido, preparamos en nosotros mismos un lugar para la gracia… más abundantemente. En efecto, sólo nuestro desagradecimiento puede parar nuestro progreso en el camino de nuestra conversión…
Dichoso, pues, el que se mira como un extranjero, y sabe dar abundantemente las gracias incluso por los más pequeños beneficios recibidos, teniendo en cuenta que todo lo que se da a un extranjero y a un desconocido es un don puramente gratuito. Por el contrario, que desdichados y miserables somos cuando, después de habernos mostrado timoratos, humildes y devotos olvidamos seguidamente cuán gratuito es lo que hemos recibido…
Os ruego, pues, hermanos, mantengámonos cada vez más humildes bajo la poderosa mano de Dios (1P 5,6)… Mantengámonos con gran devoción en la acción de gracias y nos concederá la única gracia que puede salvar nuestras almas. Seamos agradecidos, no sólo de palabra o con la punta de los labios, sino por las obras y en verdad.
COMENTARIO
SAN FRANCISCO DE SALES, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA, (1567-1622). INTRODUCCIÓN A LA VIDA DEVOTA. 1A PARTE, CÁP.. 9 Y SS. III, 34.
«EN EL CAMINO, LOS DIEZ LEPROSOS, QUEDARON LIMPIOS Y SÓLO UNO DE ELLOS, VIÉNDOSE CURADO, VOLVIÓ GLORIFICANDO A DIOS» (LC 17, 14-15).
Filotea, sea cual sea tu edad, no hace mucho que estás en el mundo. Dios te ha sacado de la nada, te ha hecho nacer y eres lo que eres por pura bondad suya. Te ha hecho el ser más principal del mundo visible, llamado a compartir su eternidad y capaz de unirse a Él.
No te ha traído al mundo porque tuviese necesidad de ti, sino únicamente para manifestar su bondad. Nos ha dado inteligencia para que podamos conocerle, memoria para que nos acordemos de Él, y voluntad para amarle. La imaginación para que nos representemos sus beneficios, los ojos para admirar las maravillas de la creación, la lengua para alabarle…Te ha hecho a imagen suya.
¿No es una desgracia para el mundo el vivir en la ignorancia de todas esas bondades, pensando solamente en amontonar riquezas perecederas?
Piensa en todo lo que Dios te ha dado en el ámbito del espíritu, del cuerpo, del alma: te ha dado la salud, el bienestar, los buenos amigos… Te alimenta con sus Sacramentos, te ilumina con sus luces, te ha perdonado tantas veces…
Otros que quizá lo merecieran más, no han recibido todos esos dones. Y piensa lo mal que has respondido a esas bondades: tu ingratitud, las inspiraciones despreciadas, los sacramentos recibidos sin preparación, sin fervor, sin fruto…
Pide perdón y, como el hijo pródigo, échate en brazos de Dios y toma la resolución de arrancar completamente de tu corazón las plantas de los malos deseos, en especial los que más te perjudican.
Hay que ser valerosa y paciente en esta empresa. ¡Ay! ¡qué pena da ver esas almas que tomaron el buen camino y se dejaron ir ante la persistencia de sus imperfecciones, cayendo en turbación y desánimo y llegando casi a sucumbir a la tentación de abandonar todo y dar marcha atrás!
El trabajo de la purificación de nuestra alma no puede concluir sino con vuestra vida.
SAN FRANCISCO DE SALES, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA, (1567-1622). INTRODUCCIÓN A LA VIDA DEVOTA. 1A PARTE, CÁP.. 9 Y SS. III, 34.
«EN EL CAMINO, LOS DIEZ LEPROSOS, QUEDARON LIMPIOS Y SÓLO UNO DE ELLOS, VIÉNDOSE CURADO, VOLVIÓ GLORIFICANDO A DIOS» (LC 17, 14-15).
Filotea, sea cual sea tu edad, no hace mucho que estás en el mundo. Dios te ha sacado de la nada, te ha hecho nacer y eres lo que eres por pura bondad suya. Te ha hecho el ser más principal del mundo visible, llamado a compartir su eternidad y capaz de unirse a Él.
No te ha traído al mundo porque tuviese necesidad de ti, sino únicamente para manifestar su bondad. Nos ha dado inteligencia para que podamos conocerle, memoria para que nos acordemos de Él, y voluntad para amarle. La imaginación para que nos representemos sus beneficios, los ojos para admirar las maravillas de la creación, la lengua para alabarle…Te ha hecho a imagen suya.
¿No es una desgracia para el mundo el vivir en la ignorancia de todas esas bondades, pensando solamente en amontonar riquezas perecederas?
Piensa en todo lo que Dios te ha dado en el ámbito del espíritu, del cuerpo, del alma: te ha dado la salud, el bienestar, los buenos amigos… Te alimenta con sus Sacramentos, te ilumina con sus luces, te ha perdonado tantas veces…
Otros que quizá lo merecieran más, no han recibido todos esos dones. Y piensa lo mal que has respondido a esas bondades: tu ingratitud, las inspiraciones despreciadas, los sacramentos recibidos sin preparación, sin fervor, sin fruto…
Pide perdón y, como el hijo pródigo, échate en brazos de Dios y toma la resolución de arrancar completamente de tu corazón las plantas de los malos deseos, en especial los que más te perjudican.
Hay que ser valerosa y paciente en esta empresa. ¡Ay! ¡qué pena da ver esas almas que tomaron el buen camino y se dejaron ir ante la persistencia de sus imperfecciones, cayendo en turbación y desánimo y llegando casi a sucumbir a la tentación de abandonar todo y dar marcha atrás!
El trabajo de la purificación de nuestra alma no puede concluir sino con vuestra vida.
COMENTARIO
BENEDICTO XVI, PAPA DE 2005 A 2013. , PLAZA DE SAN PEDRO, 14-10-2007
CURACIÓN COMPLETA Y RADICAL
El evangelio presenta a Jesús que cura a diez leprosos, de los cuales sólo uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve a darle las gracias (cf. Lc 17, 11-19). El Señor le dice: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19). Esta página evangélica nos invita a una doble reflexión.
Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación: uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el “corazón”, y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la “salvación”. Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre “salud” y “salvación”, nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva.
Además, aquí, como en otras circunstancias, Jesús pronuncia la expresión: “Tu fe te ha salvado”. Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra que no considera todo como algo debido, sino como un don que, incluso cuando llega a través de los hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios. Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: “gracias”!
Jesús cura a los diez enfermos de lepra, enfermedad en aquel tiempo considerada una “impureza contagiosa” que exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37). En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal.
“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Jesús inició su vida pública con esta invitación, que sigue resonando en la Iglesia, hasta el punto de que también la santísima Virgen, especialmente en sus apariciones de los últimos tiempos, ha renovado siempre esta exhortación. Hoy pensamos, de modo particular, en Fátima donde, exactamente hace 90 años, desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció a los tres pastorcillos: Lucía, Jacinta y Francisco…
Pidamos a la Virgen para todos los cristianos el don de una verdadera conversión, a fin de que se anuncie y se testimonie con coherencia y fidelidad el perenne mensaje evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz.
BENEDICTO XVI, PAPA DE 2005 A 2013. , PLAZA DE SAN PEDRO, 14-10-2007
CURACIÓN COMPLETA Y RADICAL
El evangelio presenta a Jesús que cura a diez leprosos, de los cuales sólo uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve a darle las gracias (cf. Lc 17, 11-19). El Señor le dice: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19). Esta página evangélica nos invita a una doble reflexión.
Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación: uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el “corazón”, y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la “salvación”. Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre “salud” y “salvación”, nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva.
Además, aquí, como en otras circunstancias, Jesús pronuncia la expresión: “Tu fe te ha salvado”. Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra que no considera todo como algo debido, sino como un don que, incluso cuando llega a través de los hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios. Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: “gracias”!
Jesús cura a los diez enfermos de lepra, enfermedad en aquel tiempo considerada una “impureza contagiosa” que exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37). En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal.
“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Jesús inició su vida pública con esta invitación, que sigue resonando en la Iglesia, hasta el punto de que también la santísima Virgen, especialmente en sus apariciones de los últimos tiempos, ha renovado siempre esta exhortación. Hoy pensamos, de modo particular, en Fátima donde, exactamente hace 90 años, desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció a los tres pastorcillos: Lucía, Jacinta y Francisco…
Pidamos a la Virgen para todos los cristianos el don de una verdadera conversión, a fin de que se anuncie y se testimonie con coherencia y fidelidad el perenne mensaje evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz.