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22 de septiembre de 2017


Lecturas de la Santa Misa

VIERNES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
FERIA



PRIMERA LECTURA
Tú, en cambio, como siervo de Dios, lleva una vida de rectitud.
De la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo: 6, 2-12
Querido hermano: Lo que te he dicho anteriormente, es lo que debes enseñar e inculcar. Porque, quien enseña doctrinas diferentes y no se atiene a las palabras de salvación de Jesucristo, nuestro Señor, y a lo que enseña la religión verdadera, es un orgulloso e ignorante, obsesionado por las discusiones y los juegos de palabras. Y lo único que nace de todo ello, son envidias, pleitos e insultos, sospechas perjudiciales y continuos altercados, propios de hombres de mente depravada, privados de la verdad y que consideran que la religión es un negocio.
Ciertamente la religión es el gran negocio, pero sólo para aquel que se conforma con lo que tiene, pues nada hemos traído a este mundo y nada podremos llevarnos de él. Por eso, teniendo con qué alimentarnos y con qué vestirnos nos damos por satisfechos.
Los que a toda costa quieren hacerse ricos, sucumben a la tentación, caen en las redes del demonio y en muchos afanes inútiles y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se han desviado de la fe y se han visto agobiados por muchas tribulaciones.
Tú, en cambio, como hombre de Dios, evita todo eso y lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 48, 6-7. 8-10. 17-18. 19-20
R/. Dichosos los pobres de espíritu.

¿Por qué temer en días de desgracia,
cuando nos cerca la malicia
de aquellos que presumen de sus bienes
y en sus riquezas confían? R/.

Nadie puede comprar su propia vida,
ni por ella pagarle a Dios rescate.
No hay dinero capaz de hacer
que alguno de la muerte se escape. R/.

No te inquietes, cuando alguien se enriquece
y aumentan las riquezas su poder.
Nada podrá llevarse, cuando muera,
ni podrá su poder bajar con él. R/.

Aunque feliz se sienta mientras viva
y por pasarla bien todos lo alaben,
ahí donde jamás verá la luz
descenderá a reunirse con sus padres. R/.


EVANGELIO
Los acompañaban algunas mujeres, que los ayudaban con sus propios bienes.
Del santo Evangelio según san Lucas: 8, 1-3

En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.
Palabra del Señor.



COMENTARIO

SAN JUAN PABLO II (1920-2005), PAPA. CARTA APOSTÓLICA «MULIERIS DIGNITATEM», § 27.

«LO ACOMPAÑABAN LOS DOCE Y ALGUNAS MUJERES» (CF. LC 8,1S).

En la historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos, al lado de los hombres había muchas mujeres para que la respuesta de la Iglesia-Esposa al amor redentor de Cristo-Esposo, tuviera toda su fuerza expresiva. Encontramos, primeramente, las que personalmente habían encontrado a Cristo, le habían seguido, y después de su partida «asistían asiduamente a la oración» (Hch 1,14) con los apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén hasta el día de Pentecostés. Aquel día, el Espíritu Santo «habló a través de los hijos y las hijas» del Pueblo de Dios... (Hch 2,17;Jl 3,1). Estas mujeres, y las otras después, jugaron un papel activo e importante en la vida de la Iglesia primitiva, en su construcción, desde su fundación, de la primera comunidad cristina y de las que comunidades posteriores, gracias a sus carismas y a sus múltiples maneras de servir... El apóstol Pablo habla de su «fatigas» por Cristo; esas mujeres demuestran los diversos ámbitos del servicio apostólico en la Iglesia, comenzando por «la Iglesia doméstica». En efecto, allí la fe pasa directamente a los hijos y a los nietos tal como tuvo lugar en casa de Timoteo (2Tm 1,5).

A lo largo de los siglos sigue sucediendo lo mismo de generación en generación, como lo muestra la historia de la Iglesia. En efecto, la Iglesia al defender la dignidad de la mujer y su vocación, ha manifestado la gratitud hacia aquellas que, fieles al Evangelio, en todo tiempo han participado en la misión apostólica de todo el Pueblo de Dios, y las ha honrado. Santas mártires, vírgenes, madres de familia han dado testimonio de su fe con valentía y también, a través de la educación de sus hijos en el espíritu del Evangelio, han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia... Incluso frente a graves discriminaciones sociales, las mujeres santas han actuado libremente y se han hecho fuertes por su unión con Cristo...

En nuestros días, la Iglesia no deja de seguir enriqueciéndose gracias al testimonio de numerosas mujeres que alcanzan el pleno desarrollo de su vocación a la santidad. Las mujeres santas son una encarnación del ideal femenino; pero son también un modelo para todos los cristianos, un modelo de «sequela Christi», de la vida en seguimiento de Cristo, un ejemplo de la manera cómo la Iglesia-Esposa debe responder con amor al amor de Cristo-Esposo.





COMENTARIO

PAPA BENEDICTO XVI. CATEQUESIS SOBRE SAN MATEO. AUDIENCIA GENERAL DEL 14 DE FEBRERO DEL 2007.

«LO ACOMPAÑABAN LOS DOCE Y ALGUNAS MUJERES» (CF. LC 8,1S).

Sabemos que entre sus discípulos, Jesús escogió a doce para ser los padres del nuevo Israel, y los escogió para que «estuvieran con él y enviarlos a predicar». Este hecho es evidente, pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo Pueblo de Dios, escogió también a muchas mujeres para que fueran del número de sus discípulos. No puedo hacer más que evocar brevemente las que se encuentran en el camino del mismo Jesús, desde la profetisa Ana hasta la Samaritana, la Sirofenicia, la mujer que sufría pérdidas de sangre y a la pecadora perdonada. No insistiré sobre los personajes que entran en algunas parábolas vivientes, por ejemplo la del ama de casa que cuece el pan, la que limpia la casa porque pierde la moneda de plata, la de la viuda que importuna al juez. En nuestra reflexión de hoy son más significativas estas mujeres que han jugado un papel activo en el conjunto de la misión de Jesús.

Naturalmente, en primer lugar se piensa en la Virgen María, que por su fe y su colaboración maternal coopera de manera única a la redención hasta el punto que Elisabet pudo proclamarla «bendita entre todas las mujeres», añadiendo: «Dichosa la que ha creído». Hecha discípula de su Hijo, María manifiesta en Caná su absoluta fe en él, y lo siguió hasta la cruz donde recibió de él una misión maternal para con todos los discípulos de todos los tiempos, representados allí por Juan.

Detrás de María vienen muchas mujeres, las cuales, a títulos diversos, han ejercido alrededor de la persona de Jesús funciones de diversa responsabilidad. Son ejemplo elocuente de ello las que seguían a Jesús asistiéndole con sus recursos y de las que Lucas nos transmite algunos nombres: María de Magdala, Juana, Susana, y «otras muchas». Seguidamente los Evangelios nos informan que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús a la hora de la Pasión. Entre ellas destaca, de manera particular, María de Magdala, la cual, no tan sólo asistió a la Pasión, sino que fue la primera en recibir el testimonio del Resucitado y a anunciarle. Es precisamente a ella a quien santo Tomás de Aquino reserva el calificativo único de «apóstol de los apóstoles», y añadiendo este bello comentario: «Así como una mujer anunció al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer anunció a los apóstoles palabras de vida».

En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue secundaria.

Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Toma como punto de partida el principio fundamental según el cual para los bautizados “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer”. El motivo es que “todos somos uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28), es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (1 Co 12, 27-30).

El Apóstol admite como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer pueda “profetizar” (1 Co 11, 5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del Espíritu, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y que se haga de modo digno… Ya hablamos de Prisca o Priscila, esposa de Áquila, que en dos casos sorprendentemente es mencionada antes que su marido (Hch 18, 18; Rm 16, 3); en cualquier caso, ambos son calificados explícitamente por san Pablo como sus “colaboradores” -sun-ergoús (Rm 16, 3). Hay otras observaciones que no conviene descuidar. Por ejemplo, es preciso constatar que san Pablo dirige también a una mujer de nombre “Apfia” la breve carta a Filemón (Flm 2), y conviene notar que en la comunidad de Colosas debía ocupar un puesto importante; en todo caso, es la única mujer mencionada por san Pablo entre los destinatarios de una carta suya. En otros pasajes, el Apóstol menciona a una cierta “Febe”, a la que llama diákonos de la Iglesia en Cencreas, pequeña localidad portuaria al este de Corinto (Rm 16, 1-2). Aunque en aquel tiempo ese título todavía no tenía un valor ministerial específico de carácter jerárquico, demuestra que esa mujer ejercía verdaderamente un cargo de responsabilidad en favor de la comunidad cristiana. San Pablo pide que la reciban cordialmente y le ayuden “en cualquier cosa que necesite”, y después añade: “pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo”. En el mismo contexto epistolar, el Apóstol, con gran delicadeza, recuerda otros nombres de mujeres: una cierta María, y después Trifena, Trifosa, Pérside, “muy querida”, y Julia, de las que escribe abiertamente que “se han fatigado por vosotros” o “se han fatigado en el Señor” (Rm 16, 6. 12a. 12b. 15), subrayando así su intenso compromiso eclesial.

Asimismo, en la Iglesia de Filipos se distinguían dos mujeres llamadas Evodia y Síntique (Flp 4, 2): el llamamiento que san Pablo hace a la concordia mutua da a entender que estas dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad.

En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres.