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21 de agosto de 2017


Lecturas de la Santa Misa

Memoria de San Pío X, papa



ANTÍFONA DE ENTRADA     Cfr. Sir 50, 1; 44, 16. 22
Éste es el sacerdote eterno que agradó a Dios en sus días: y por eso el Señor le prometió engrandecerlo en medio de su pueblo con un juramento solemne.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que, para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al Papa san Pío décimo de sabiduría celestial y fortaleza apostólica, concede, benigno, que, siguiendo sus enseñanzas y ejemplos, alcancemos la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo...

PRIMERA LECTURA
El Señor instituyó jueces, pero los israelitas ni a ellos los quisieron escuchar.
Del libro de los Jueces: 2, 11-19
En aquellos días, los israelitas hicieron lo que desagrada al Señor, dando culto a los ídolos. Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor, los adoraron y provocaron la ira del Señor; abandonaron al Señor y dieron culto a Baal y Astarté.
Entonces el Señor se encolerizó contra Israel. Los puso en manos de salteadores, que los despojaron, y los entregó a unos enemigos, que los rodeaban y a quienes no pudieron ya hacerles frente. En todas sus campañas la mano del Señor intervenía contra ellos para castigarlos, como el Señor se lo había dicho y jurado, y los puso en una situación desesperada.
Entonces el Señor instituyó jueces, que salvaron a los israelitas de quienes los saqueaban, pero ellos tampoco escucharon a los jueces: se prostituyeron, dando culto y adorando a otros dioses; se desviaron muy pronto de la conducta de sus padres, que habían cumplido los mandamientos del Señor, y no los imitaron.
Cuando el Señor les instituyó jueces, Él estaba con el juez y los salvaba de sus enemigos, pues se conmovía ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores. Pero, cuando moría el juez, volvían a caer y se portaban todavía peor que sus padres: seguían a otros dioses, les daban culto, los adoraban y volvían a sus prácticas y a su conducta obstinada.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 105,34-35. 36-37. 39-40. 43ab.44
R/. Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

No exterminaron nuestros padres
a los pueblos que el Señor les había mandado.
Se unieron con paganos
y aprendieron sus prácticas. R/.

Dieron culto a los ídolos
y éstos fueron para ellos como una trampa.
Entonces entregaron a sus hijos
e hijas en sacrificio a los demonios. R/.

Se contaminaron con sus obras
y se prostituyeron con sus acciones.
Por eso el Señor renegó de su pueblo
y estalló su enojo. R/.

¡Cuántas veces los libró,
pero ellos se obstinaron en su actitud!
Entonces el Señor miró su angustia
y escuchó sus gritos. R/.


ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO     Mt 5, 3
R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. R/.

EVANGELIO
Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y tendrás un tesoro en el cielo.
Del santo Evangelio según san Mateo: 19, 16-22

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un joven y le preguntó: "Maestro, ¿qué cosas buenas tengo que hacer para conseguir la vida eterna?" Le respondió Jesús: "¿Por qué me preguntas a mí acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno: Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos". Él replicó: "¿Cuáles?" Jesús le dijo: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo".
Le dijo entonces el joven: "Todo eso lo he cumplido desde mi niñez, ¿qué más me falta?" Jesús le dijo: "Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme". Al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico.
Palabra del Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, por tu bondad, los dones que te presentamos, para que, dóciles a las enseñanzas de san Pío, Papa, celebremos con dignidad estos santos misterios y los recibamos con espíritu de fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN     Cfr. Jn 10, 11
El buen Pastor da la vida por sus ovejas.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Al celebrar la memoria del Papa san Pío, te rogamos, Señor Dios nuestro, que, por la eficacia de este banquete celestial, lleguemos a ser constantes en la fe y vivamos concordes en tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.



COMENTARIO

PAPA FRANCISCO. HOMILÍA DEL 14/04/2013- COPYRIGHT © LIBRERIA EDITRICE VATICANA.

“EL JOVEN SE RETIRÓ ENTRISTECIDO, PORQUE POSEÍA MUCHOS BIENES”

¿Adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia. Esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el carrerismo, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. Esta tarde quisiera que resonase una pregunta en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida.






COMENTARIO

RELATO DE TRES COMPAÑEROS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS (HACIA 1244) § 27-29.

“LA ALEGRÍA DEL DESPRENDIMIENTO ESPIRITUAL”

Cuando fueron conociendo ya muchos la verdad tanto de la doctrina sencilla cuanto de la vida del bienaventurado Francisco, hubo algunos que, al cabo de dos años de su conversión, comenzaron a animarse a seguir su ejemplo de penitencia, y, despojados de todos sus bienes, se adhirieron a él con el mismo hábito y en el mismo género de vida. El primero de todos fue el hermano Bernardo, de santo recuerdo.

Reflexionando en la constancia y fervor con que el bienaventurado Francisco servía a Dios, a saber, cómo restauraba con tanto trabajo iglesias derruidas y llevaba una vida tan rigurosa, en contraposición a las delicadezas con que había vivido en el mundo, resolvió en su corazón repartir todo lo que tenía a los pobres y seguirle con firmeza en su vida y modo de vestir.

Cierto día se acercó al varón de Dios secretamente y le reveló su propósito; los dos convinieron en que fuera Francisco una tarde determinada a su casa. Éste dio gracias a Dios y se alegró profundamente, pues no tenía todavía ningún compañero, y, sobre todo, porque el señor Bernardo era de vida muy edificante.

Fue, pues, el bienaventurado Francisco a su casa la tarde convenida, todo rebosante de gozo, y quedó con él toda la noche. El señor Bernardo le propuso esto, entre otras cosas: «Si alguno tuviere de su señor muchas o pocas cosas y las hubiese poseído durante muchos años y no las quisiere retener por más tiempo, ¿cuál sería el mejor modo de disponer de ellas?» El bienaventurado Francisco le respondió que debería devolverlas al dueño, del cual las había recibido. El señor Bernardo añadió: «Yo quisiera, hermano, distribuir todos mis bienes temporales, por amor de mi Señor que me los ha dado, como mejor a ti te parezca». A lo cual replicó el Santo: «Mañana muy temprano iremos a la iglesia y conoceremos por el libro de los evangelios lo que el Señor enseñó a sus discípulos».

Se levantaron, pues, muy de mañana y con otro señor llamado Pedro, que también quería hacerse hermano, fueron a la iglesia de San Nicolás, junto a la plaza de la ciudad de Asís. Entraron en ella para hacer oración; y como eran simples y no sabían encontrar el lugar donde habla el Evangelio de la renuncia del siglo, suplicaron al Señor devotamente que, a la primera vez que abrieran el libro, se dignara manifestarles su voluntad.

Terminada la oración, el bienaventurado Francisco tomó el libro cerrado y, puesto de rodillas delante del altar, lo abrió, y a la primera vez le salió este consejo del Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21).

Descubierto esto, el bienaventurado Francisco se alegró íntimamente y dio gracias a Dios. Pero, como era muy devoto de la Santísima Trinidad, se quiso confirmar con un triple testimonio, abriendo el libro segunda y tercera vez. La segunda vez le salió esto: Nada llevéis en el camino, etc. (Lc 9,3). Y en la tercera: Aquel que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, etc. (Lc 9,23).

El bienaventurado Francisco, tras haber dado gracias a Dios en cada una de las veces que había abierto el libro por la confirmación de su propósito y deseo concebido de hacía tiempo, ahora tres veces manifestada y comprobada divinamente, dijo a los mencionados por varones, Bernardo y Pedro: «Hermanos, ésta es nuestra vida y regla y la de todos los que quisieran unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado».

Marchó el señor Bernardo, que era muy rico, y, una vez que hubo vendido todo lo que tenía y hubo reunido de ello gran cantidad de dinero, lo repartió todo a los pobres de la ciudad. Pedro cumplió también el consejo evangélico según sus posibilidades.

Abandonadas todas las cosas, se vistieron los dos el mismo hábito que hacía poco había vestido el Santo después de dejar el hábito de ermitaño; y desde entonces vivieron unidos según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado. Por eso, el bienaventurado Francisco escribió en su testamento: «El mismo Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio».