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1 de abril de 2016


Lecturas y Evangelio del Día

VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA



ANTIFONA DE ENTRADA     Cfr. Sal 77, 53
El Señor liberó a su pueblo y lo llenó de esperanza, y a sus enemigos los sumergió en el mar. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, que estableciste el misterio pascual como alianza de la reconciliación humana, concédenos manifestar en las obras lo que celebramos con fe. Por nuestro Señor Jesucristo...

PRIMERA LECTURA
Fuera de Jesús no hay salvación.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 4, 1-12
En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados porque los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Los aprehendieron, y como ya era tarde, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente. Pero ya muchos de los que habían escuchado sus palabras, unos cinco mil hombres, habían abrazado la fe.

Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y cuantos pertenecían a las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer ante ellos a Pedro y a Juan y les preguntaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho todo esto?"

Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos: Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro".
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 117, 1-2 y 4. 22-24. 25-27a
R/. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya.

Te damos gracias, Señor, porque eres bueno,
porque tu misericordia es eterna.
Diga la casa de Israel:
Su misericordia es eterna.
Digan los que temen al Señor:
Su misericordia es eterna. R/.

La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor,
es un milagro patente.
Este es el día del triunfo del Señor,
día de júbilo y de gozo. R/.

Libéranos, Señor, y danos tu victoria.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Que Dios desde su templo nos bendiga.
Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine. R/.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO     Sal 117, 24
R. Aleluya, aleluya.
Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo. R/.

EVANGELIO
Se acercó Jesús, tomó el pan y se lo dio a sus discípulos y también el pescado.
Del santo Evangelio según san Juan: 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Cana de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos contigo". Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?" Ellos contestaron: "No". Entonces él les dijo: "Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor". Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar". Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastro hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: "Vengan a almorzar". Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: `¿Quién eres?', porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Señor, realiza bondadoso en nosotros el intercambio de este sacrificio pascual, para que pasemos de los afectos terrenos al deseo de los bienes del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTIFONA DE LA COMUNIÓN     Cfr. Jn 21, 12-13
Dijo Jesús a sus discípulos: Vengan a comer. Y tomó un pan y lo repartió entre ellos. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Protege, Señor, con amor constante a quienes has salvado, para que, una vez redimidos por la pasión de tu Hijo, se llenen ahora de alegría por su resurrección. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.



COMENTARIO

SAN GREGORIO MAGNO (HACIA 540-604), PAPA Y DOCTOR DE LA IGLESIA. HOMILÍAS SOBRE EL EVANGELIO, Nº 24.

«PEDRO ARRASTRÓ HASTA LA ORILLA LA RED»

Después de haber cogido tan gran cantidad de peces «Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red.» Supongo que habéis captado el porqué fue Pedro quien arrastró la red hasta la orilla. En efecto, es a él a quien se le confió la santa Iglesia, es a él a quien se dijo personalmente: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Apacienta mis ovejas». Así, lo que fue anunciado en palabras una segunda vez, ahora es significado por una acción.

Es el predicador de la Iglesia el que nos separa del oleaje de este mundo; es pues necesario que sea Pedro quien guía hasta tierra la red llena de peces. Él en persona ha arrastrado a los peces hasta la tierra firme de la orilla puesto que, por su santa predicación, ha hecho conocer a los fieles la inmutabilidad de la patria eterna. Lo ha hecho tanto a través de sus palabras como de sus cartas; y lo sigue haciendo cada día a través de sus milagros. Tantas cuantas veces nos lleva al amor del descanso eterno, tantas cuantas veces nos hace dejar el tumulto de las cosas del este mundo ¿no somos, acaso, como peces cogidos por las redes de la fe que él arrastra hasta la orilla?






COMENTARIO

SAN PEDRO CRISÓLOGO (C. 406-450), OBISPO DE RÁVENA, DOCTOR DE LA IGLESIA. SERMÓN 78; PL 52, 420.

“SIMÓN PEDRO... TRAJO A LA ORILLA LA RED LLENA DE PECES GRANDES”

El discípulo que Jesús amaba le dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Aquel que es amado será el primero en ver; el amor provee una visión más aguda de todas las cosas; aquel que ama siempre sentirá de modo más vivaz... ¿Qué dificultad convierte el espíritu de Pedro en un espíritu tardo, y le impide ser el primero en reconocer a Jesús, como antes lo había hecho? ¿Dónde está ese singular testimonio que le hacía gritar: “Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo”? (Mateo 16,16) ¿Dónde está? Pedro estaba en casa de Caifás, el gran sacerdote, donde había escuchado sin pena el cuchicheo de una sirvienta, pero tardó en reconocer a su Señor.

Cuando él escucho que era el Señor, se puso su túnica, porque no tenía nada puesto. ¡Lo cual es muy extraño, hermanos!... Pedro entra sin vestimenta a la barca, ¡y se lanza completamente vestido al mar!... El culpable siempre mira hacia otro lado para ocultarse. De ese modo, como Adán, hoy Pedro desea cubrir su desnudez por su fallo; ambos, antes de pecar, no estaban vestidos más que con una desnudez santa. “Él se pone su túnica y se lanza al mar”. Esperaba que el mar lavara esa sórdida vestimenta que era la traición. Él se lanzó al mar porque quería ser el primero en regresar; él, a quien las más grandes responsabilidades habían sido confiadas (Mateo 16,18s). Se ciñó su túnica porque debía ceñirse al combate del martirio, según las palabras del Se￱or: “Alguien más te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras” (Juan 21,18)...

Los otros vinieron con la barca, arrastrando su red llena de pescado. Con gran esfuerzo entre ellos llevan una Iglesia que fue arrojada a los vientos del mundo. La misma Iglesia que estos hombres llevan en la red del Evangelio con dirección a la luz del cielo, y a la que arrancaron de los abismos para conducirla más cerca del Señor.






COMENTARIO

PAPA BENEDICTO XVI. HOMILÍA DE LA MISA DE INAUGURACIÓN DE SU PONTIFICADO, 24/04/05 (TRAD. © LIBRERÍA EDITRICE VATICANA).

«DESDE AHORA SERÁS PESCADOR DE HOMBRES» (LC 5,10)

La llamada de Pedro a ser pastor, que hemos oído en el Evangelio, viene después de la narración de una pesca abundante; después de una noche en la que echaron las redes sin éxito, los discípulos vieron en la orilla al Señor resucitado. Él les manda volver a pescar otra vez, y he aquí que la red se llena tanto que no tenían fuerzas para sacarla; había 153 peces grandes y, "aunque eran tantos, no se rompió la red" (Jn 21, 11).

Este relato al final del camino terrenal de Jesús con sus discípulos, se corresponde con uno del principio: tampoco entonces los discípulos habían pescado nada durante toda la noche; también entonces Jesús invitó a Simón a remar mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba Pedro, dio aquella admirable respuesta: "Maestro, por tu palabra echaré las redes". Se le confió entonces la misión: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5, 1.11).

También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera. Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para convertirlo en alimento del hombre. Pero en la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar a Dios a los hombres.