Inicio Noticias de la Iglesia Espiritualidad Liturgia Biblia Conoce y defiende tu fe
Historia de la Iglesia Las Vidas de los Santos Lecturas de la Santa Misa María Radio Catedral Libros

12 de noviembre de 2014


Lecturas y Evangelio del Día

MIÉRCOLES DE LA SEMANA 32 DEL TIEMPO ORDINARIO

FERIA

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a Tito: 3, 1-7

Andábamos perdidos, pero Cristo nos salvó por su misericordia.

Querido hermano: Recuérdales a todos que deben someterse a los gobernantes y a las autoridades, que sean obedientes, que estén dispuestos para toda clase de obras buenas, que no insulten a nadie, que eviten los pleitos, que sean sencillos y traten a todos con amabilidad.
Porque hubo un tiempo en que también nosotros fuimos insensatos y rebeldes con Dios; andábamos descarriados y éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres; vivíamos una vida llena de maldad y de envidia; éramos abominables y nos odiábamos los unos a los otros.
Pero, al manifestarse la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, Él nos salvó, no porque nosotros hubiéramos hecho algo digno de merecerlo, sino por su misericordia. Lo hizo mediante el bautismo, que nos regenera y nos renueva, por la acción del Espíritu Santo, a quien Dios derramó abundantemente sobre nosotros, por Cristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, nos convertiremos en herederos, cuando se realice la esperanza de la vida eterna.

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 22

R/. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas. R/.

Por ser un Dios fiel a sus promesas,
me guía por el sendero recto;
así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R/.

Tú mismo me preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañarán todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor
por años sin término. R/.


EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Lucas: 17, 11-19

¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: "¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ése era un samaritano. Entonces dijo Jesús: "¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?". Después le dijo al samaritano: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado".

Palabra del Señor.




COMENTARIO

SAN BASILIO MAGNO (C 330- 379), MONJE, OBISPO DE CESAREA DE CAPADOCIA, DOCTOR DE LA IGLESIA. GRANDES REGLAS MONÁSTICAS

¿DÓNDE ESTÁN LOS OTROS NUEVE?

Después de haber ofendido a nuestro Bienhechor por nuestra indiferencia ante las muestras de su benevolencia, no hemos sido abandonados por la bondad del Señor ni excluidos de su amor, antes bien, Nuestro Señor Jesucristo nos ha sacado de la muerte y restituido a la vida. La manera de haber sido salvados es digno de una admiración mayor todavía. “El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable es ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres.” (Fl 2, 6-7)

El tomó nuestra debilidad, cargó con nuestros dolores, fue muerto por nosotros para salvarnos, sus heridos nos curaron. El nos ha rescatado de la maldición haciéndose maldito por nosotros. Padeció la muerte más infame para conducirnos a la vida de la gloria. Y no sólo restituyó la vida a los que yacían en la muerte, sino que los revistió con la dignidad divina y les preparó en el descanso eterno una felicidad que sobrepasa toda imaginación humana.

¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo lo que nos ha hecho? Es tan bueno que no nos pide nada como recompensa de sus beneficios: se contenta con que le amemos.






SAN BRUNO DE SEGNI, COMENTARIO SOBRE EL EVANGELIO DE SAN LUCAS (PARTE 2, 40: PL 165, 426-428)

GRANDE ES EL PODER DE LA FE

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos. ¿Qué otra cosa son esos diez leprosos sino la totalidad de los pecadores? Al venir Cristo, psíquicamente todos los hombres eran leprosos; corporalmente no todos lo eran. Es verdad que la lepra del alma es mucho peor que la del cuerpo. Pero veamos lo que sigue: Se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

A lo lejos se pararon, porque en aquellas condiciones no osaban acercarse. Igual nos pasa a nosotros: nos mantenemos a distancia cuando nos obstinamos en el pecado. Para sanar, para ser curados de la lepra de nuestros pecados, gritemos a voz en cuello y digamos: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Pero gritemos no con la boca, sino con el corazón. El grito del corazón es más agudo. El clamor del corazón penetra los cielos y se eleva más sublime ante el trono de Dios. Al verlos, les dijo Jesús: Id a presentaros a los sacerdotes. En Dios, mirar es compadecerse. Los vio e inmediatamente se compadeció de ellos, y les mandó presentarse a los sacerdotes, no para que los sacerdotes los limpiaran, sino para que los declararan limpios.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Escuchen esto los pecadores y examinen con diligencia su significado. Al Señor le es fácil perdonar pecados. En efecto, muchas veces al pecador le son perdonadas las deudas, antes de presentarse al sacerdote. Arrepentimiento y perdón coinciden en un mismo e idéntico momento. En cualquier momento que el pecador se convirtiere, ciertamente vivirá y no morirá. Pero considere bien cómo ha de convertirse. Que escuche lo que dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras. Que quien se convierte, conviértase interiormente, de corazón, pues Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. En este uno están representados aquellos que, después de haber sido purificados en las aguas bautismales o han sido curados a través de la penitencia, no siguen ya al diablo, sino que imitan a Cristo, lo siguen, le alaban, lo adoran, le dan gracias y no se apartan de su servicio.

Y Jesús le dijo: levántate, vete: tu fe te ha salvado. Grande es, en efecto, el poder de la fe, sin la cual —como dice el Apóstol— es imposible agradar a Dios. Abrahán creyó a Dios, y eso le valió la justificación. Luego la fe es la que salva, la fe es la que justifica, la fe es la que sana al hombre interior y exteriormente.